Después del sismo que se produjo en el sur de mi país, se han manifestado dos tipos de comportamiento humano muy llamativos. Por un lado, las expresiones de solidaridad han sido tan abrumadoras que no recuerdo precedente de este hecho, y sí que hemos recibido varios azotes naturales; pero por otro lado, se han producido saqueos, robos a mano armada, pillaje, es decir expresiones de la más baja condición moral, tanto peores ya que se dirigen contra la gente desprotegida material y sicológicamente. Por ejemplo, una funcionaria estatal robó dos toneladas de donaciones porque era "lo que había sobrado". Una cosa de nada, dos toneladitas nomás...
Algunos pretenden explicar la segunda actitud aludiendo a la situación anímica, de abandono moral o desesperanza; la pregunta es: ¿existe alguna justificación para arremeter contra el prójimo y quitarle lo poco que tiene?, ¿no es precisamente en las situaciones difíciles que se ponen en evidencia los valores y principios de cada quien?. Por tanto, existe una lectura dramática de lo observado: nuestra sociedad vive una contradicción cruenta, lamentable; a la pobreza material se ha sumado la pobreza espiritual, que a mi modo de ver es la verdadera pobreza.
Por lo tanto, es urgente empezar a sembrar valores, no solo repetir el antiguo cliché que alguna organización puso de moda. Es imprescindible enseñarle a los niños, por ejemplo, a respetar la limpieza de las calles, "no tires la cáscara por la ventana del micro", y ¿eso qué tiene que ver con el terremoto?, mucho. Si lanzas basura a la calle, por donde circula mucha gente, lanzarás sobre la gente lo que abunda en tí el rato que menos lo pienses, y cuando las personas te necesiten, habrá tanto egoismo dentro de tí que serás incapaz de ser sensible a su necesidad.
Sin embargo, estas situaciones dejan grandes héroes, héroes de la vida. Un hombre perdió a su esposa y a sus dos hijos, quedó sin familia, había luchado años por mantenerla unida, compartiendo su esfuerzo diario, su amor de amigo, padre y esposo, cualquiera esperaría verlo derrotado, pero no, estaba dirigiendo las tareas de rescate de otros cuerpos amados como los de su familia, libre de rencor, de resentimiento contra la vida o contra Dios (que siempre se lleva la peor parte en situaciones como esta), este valiente estaba parado frente al futuro, cumpliendo en sí mismo aquél antiguo refrán: "La esperanza es lo último que se pierde", porque aunque él no lo diga, espera volver a ser feliz. Dios que es justo, le dará una oportunidad más, de eso estoy completamente segura.